Turismo en Sicilia: Palermo, Catania, Taormina, Siracusa, Ortigia, Ragusa, Agrigento


SIRACUSA. Hay al menos dos islas en la isla de Sicilia: la que vive suspendida en el tiempo, volcada en su espléndido pasado como colonia griega y romana, luego musulmana, normanda y española; y la isla bulliciosa, vitalista y algo caótica que se respira en las calles de Palermo, Catania o Agrigento.
Más allá del estereotipo de Sicilia como patria de Vito Corleone, lugar de ajustes de cuentas, Cosa Nostra y clanes mafiosos "haberlos, haylos", la mayor isla del Mediterráneo es un lujo a nuestro alcance: impresionantes ruinas y yacimientos arqueológicos; sol y playas por los cuatro costados; gentes amables; una gastronomía rica en colores y sabores a precios más que razonables; y una infraestructura turística que explota la idiosincrasia local sin caer en la especulación más burda. Una isla, en fin, que contiene el aliento con cada movimiento de tierra y vigila con respeto al Etna, el volcán activo más grande de Europa.
Una semana en Sicilia permite al viajero visitar casi tantos teatros griegos, ágoras, museos y templos como podría admirar en la propia Grecia; tal es la importancia de su herencia helenística, todavía hoy muy visible en las ciudades de Taormina, Siracusa, Selinunte o Agrigento. Más apartada de las rutas convencionales se halla Segesta, con su solitario templo dórico en las colinas que bajan al golfo de Castellammare. Impresionante.
Los invasores árabes y normandos (hasta el siglo XII) convirtieron Palermo en el centro intelectual del sur de Italia, dejando tras de sí un sorprendente legado artístico: la imponente catedral, la Capilla Palatina, las soberbias iglesias de La Martorana, San Cataldo y San Juan de los Eremitas. Todos ellos, monumentos singulares y hermosos, auténticos remansos de paz en el corazón de una ciudad muy viva.

VOLCÁN ETNA. El barroco explosionó en Sicilia de la mano de las fuerzas naturales, con el terremoto que en 1693 destruyó la ciudad de Ragusa y obligó a reconstruirla al estilo de la época. Y fue un estallido del Etna el que arrasó Catania hace tres siglos. Entonces, como ahora, la isla se adaptó a los tiempos sin perder su identidad mediterránea y marinera.
PALERMO. La capital de Sicilia es una ciudad hermosa, algo destartalada, que ha hecho del bullicio uno de sus encantos. Las calles laberínticas de trazado árabe-medieval unen el centro comercial con la catedral. Un rincón para perderse (en el buen sentido) en Palermo es la iglesia de San Juan de los Eremitas, cuyas cinco cúpulas árabes de color rojo se alzan desde el siglo XII sobre un romántico claustro.
Catania. La segunda ciudad de la isla debe su mala fama a los robos. Hay que ir con cuidado, pero sin obsesionarse, sobre todo si se conduce por el casco viejo, en permanente estado de obras. Los alrededores de la plaza Bellini se pueblan de terrazas al caer la noche, el sitio ideal para cenar y tomar una copa en una atmósfera algo decadente. La pastelería Savia, con sus especialidades de pasteles a la ricotta (queso) es toda una institución.
TAORMINA. La han llamado la Saint-Tropez de la montaña. Desde su teatro grecorromano se ven el mar, el volcán Etna y, los días más claros, hasta Calabria, allá en el continente. El corso Umberto, la animada calle que cruza la ciudad, está flanqueado por elegantes comercios y cafés, muy cerca de la plaza 9 de Abril, con una asombrosa vista panorámica sobre el mar.
Siracusa. Se divide en dos partes: la Neapolis, donde están el parque y el museo arqueológicos; y la isla de Ortigia, que es el centro histórico. Es imprescindible recorrerla a pie, observando con detalle las fachadas, plazas y balcones de sus casas señoriales. La fuente Aretusa, que mana agua dulce a unos pasos del mar, es una curiosidad imprescindible.
RAGUSA. Fachadas de palacios, restaurantes y hoteles rivalizan en adornos barrocos en esta ciudad, encaramada en un monte donde no pueden subir los coches. El jardín Ibleo encierra tres iglesias ahora cerradas.
AGRIGENTO. Todo el mundo llega aquí para visitar el valle de los Templos, a pocos kilómetros de la ciudad. La via Atenea, larga y tortuosa, recorre el centro, donde hay que ver la iglesia de Santa María de los Griegos, levantada sobre un templo dórico del siglo V a.C.
Segesta y Selinunte. Cerca de Palermo se alzan estos dos parques arqueológicos cuya belleza nada tiene que envidiar a otras ciudades de origen griego.
TOUR DE LA MAFIA. Hablar de Sicilia y pensar en la Mafia es todo uno, aunque los turistas les tienen sin cuidado; para algo son hombres de negocios. No obstante, hay lugares donde los visitantes más aventureros pueden rastrear sus huellas. En Palermo están el blindado Palacio de Justicia; la prisión Ucciardone, donde enloqueció Michele Greco; el Grand Hôtel des Palmes, que alojaba a Lucky Luciano; y el teatro Massimo, escenario de El Padrino III. A 60 kilómetros de Palermo, el pueblo de Corleone es famoso gracias a Francis Ford Coppola y a que en la Plaza Mayor han erigido un monumento a los jueces Falcone y Borselino, asesinados en 1992.
CONDUCIR POR LA ISLA. Recorrer Sicilia en coche no es tarea fácil ni relajante. Hay que decir adiós a la eficacia de las rayas blancas, los Ceda el paso y los Stop. Aquí reinan el claxon, los frenazos, las calles de sentido único, las limitaciones para coches privados... por no citar la anarquía de peatones y motos.
HORARIOS. Si quiere comer y cenar caliente, sin esperar turno para coger mesa, hay que ir a las trattorias en horario europeo; es decir, a las 13.30 para almorzar y a las 20 horas, como muy tarde, para cenar.

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